jueves, 9 de junio de 2011

Un día sin metro

Una rutina que me desagrada y me trae recuerdo de algunas canciones lindas es andar en metro, pero hoy fue un día distinto, los parlantes decían con voz gangosa "línea uno operativa entre las estaciones Universidad de Chile y Manquehue y entre Estación Central y San Pablo".

Con la curiosidad que me caracteriza, me acerqué a un sonriente guardia vestido completamente de rojo, cual Chapulín Colorado, y le pregunté: "¿qué pasó?", ante lo cual con su sonrisa característica respondió: "un problema en la vía que tiene detenido el tráfico entre las estaciones Universidad de Chile y Estación Central". Con la misma cara de circunstancia le volví a preguntar: "¿qué tipo de problema?" y el hombre aumentó un poco más su sonrisa, se encogió de hombros y me dijo: "suicidio".

Alguien me puede explicar cómo un mar de problemas que decide terminar con su ahogador sufrimiento por existir, se transforma en un "problema en la vía", un hombre condenado por la Iglesia Católica, condenado por quienes somos humanistas y creemos en las capacidades de perfección del ser humano, pero peor que eso, condenado por el Metro de Santiago por suspender el tránsito de los carritos llenos de personas que quieren volver pronto a sus hogares.

Comparable sólo con un corte de luz o un riel suelto, una cadena o un par de "flaites" que se roben los cables de cobre para venderlos por kilos. Dejar de tener la calidad valiosa de ser humano, de ser la creación más perfecta de Dios para algunos o simplemente la capacidad de lograr los sueños más locos sólo con nuestro intelecto, se pierde en una milésima de segundos, en un instante donde todo el mundo sigue viviendo igual, sin detener su apurado ritmo, sin pensar en los problemas del otro y menos en la miseria espiritual y material en que gran parte de nuestra población vive.

Ahí estaba yo, caminando lentamente hacia el andén, intentando entender cómo funciona el cerebro humano, qué lleva a autodestruirse sin un fin heróico, como los talibanes o los kamikazes, más allá de que sea justificado o moralmente correcto, qué lleva a poner un fin definitivo. Un par de sacudidas de cabeza y a retomar la rutina: seguír pensando en la inmortalidad del cangrejo como siempre.


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