miércoles, 24 de septiembre de 2014

Una linda y hermosa historia de Puerto

PARTE I

El ómnibus llegaba al terminal de Valparaíso, el par de amigos lo habían abordado sin saber con gran detalle del lugar dónde debían encontrar una casa misteriosa llena de gente a quienes sin conocerlos ya los llamaban hermanos, como si fueran parte de una religión o una secta. Marco había accedido a viajar con el compromiso que su amigo Cristian le pagaría los gastos y le compraría un helado, una propuesta importante y tentadora para un estudiante de provincia con pocos recursos.

Al descender del bus, comenzaron a preguntas a los transeúntes por una famosa calle porteña. Con rapidez emprendieron la desacertada caminata por la Avenida Brasil, preguntando esquina por esquina el lugar de una ceremonia secreta muy importante.

Así avanzaron cuadras y cuadras, cuando entremedio de una nube y junto a la sensación de felicidad, apareció una casa blanca, tan blanca como las alas de las gaviotas que revoloteaban sobre sus cabezas. Frente a una reja de fierro forjado se detuvieron los viajeros, neófitos en los cuentos marinos, pero dispuestos a ser compañía de un proceso importante.

Tocaron delicadamente el timbre y aparecieron dos mujeres vestidas formalmente, a la usanza antigua; les realizaron un par de preguntas extrañas, los hicieron pasar y subir una escalera larga y ancha, de esas casas antiguas construidas por los ingleses que disfrutaban de los tributos salitreros.

Al ingresar, todo era elegante, una lámpara de lágrimas de cristal adornaba el salón principal, y decenas de personas los recibieron con abrazos, como si los conocieran de toda la vida. En el fondo del salón una niña de no más de 16 años vendada y amarrada con cadenas. Los viajeros la observaron, pero no se sorprendieron, sólo preguntaron “a qué hora comienza el ritual”.

Fue en ese momento, donde los llevaron a un subterráneo, un lugar nada lúgubre, con apariencias de comedor; esperaron la llegada de la niña colegial y una peliroja. Marco y Cristian nunca habían participado de este ritual, pero sí conocían algunos parecidos de otras latitudes, estaban atentos a cada paso que vivían las muchachas. Para muchas personas sería impensado encontrar a dos jóvenes vendadas y amarradas que quisieran vivir ese proceso por el sólo gusto, lo que hacía presagiar que no sería algo fortuito, sino que una ceremonia especial.

Al ver aparecer a la pequeña crespa, Marco inmediatamente se ofreció a guiarla, en completo silencio siguió paso a paso cada instrucción entregada; en el momento de hacerla caminar descalza por el mar ocurrió el primer inconveniente, y la pequeña tuvo que mojarse sus medias y quedarse así para el resto de la ceremonia, lo que para un día de invierno puede provocar como mínimo, un resfrío.

Marco prosiguió con lo que le indicaba, con la preocupación de que la pequeña joven se enfermara y no pudiera volver o simplemente no le gustara lo que estaba viviendo. Fue por eso que, una vez terminada la ceremonia, se acercó a preguntarle “¿tienes mucho frío?”, pero la niña con ojos café oscuros y rasgos mediterráneos lo miró fijamente a los ojos y con la ternura de su edad le dijo que estuviera tranquilo, que ya se habían secado sus pies y que andaba con más ropa en su morral.

Luego vino la comida, los brindis y las conversaciones, era un ambiente universitario, donde había algunos profesionales jóvenes que disfrutaban debatiendo temas como política monetaria, reformas al sistema imperante, lo bueno y lo malo del ritual, entre otros. Marco y Cristian estaban en un rincón sin conocer a los dueños de casa y a lo lejos, en el otro rincón se encontraba la pequeña crespa, intentando sentirse parte del grupo que recién venía conociendo y donde aún no le daban espacio.

Cristian se caracterizaba por ser muy amigo de los desconocidos y ya estaba entablando conversación con otra foránea que conocía desde hace algunos años, en cambio Marco, era más selectivo y justo en ese momento miraba a esta encantadora pequeña a la distancia, hasta que inventó ir a buscar una copa de vino, para sentarse cerca de ella y comenzar a conversarle. Así pasaron tres horas, sin saber qué estupidez tras estupidez decía, pero había logrado la atención de aquella expresiva pequeña de colegio, que demostraba su asombro por lo que seguía viviendo luego de haber estado amarrada y vedada. La conversación cada vez se hacía más interesante y ya no hablaban del clima ni de la ceremonia, sino que de Nietzche y la muerte de Dios. Poco a poco, sin moverse de sus asientos, comenzaron a aislarse del resto, ya no había ruido, porque sólo escuchaban las ondas de sus voces, ignorando el ambiente de jolgorio que los rodeaba.

Fue justo en ese momento, cuando alguien le dijo “Sophía, es hora de irnos, sino tu papá me va a matar”, Marco después de tres horas conversando supo cómo se llamaba, tenía claro por su edad que sólo podría entablar una simple amistad, pero antes de que dejara el lugar, tenía que atreverse a pedir su teléfono y los datos de sus redes sociales. Marco se despidió del hombre mayor que la llevaba de regreso a su hogar y luego abrazó a la pequeña crespa y le dijo “espero que mantengamos el contacto, te puedo venir a ver cuándo lo desees para que conversemos, dame tu teléfono y correo”, la niña lo miró de pies a cabeza, sonrió levemente  y comenzó a dictar numero por número y letra por letra.

Al partir la niña de rulos, Marco entristeció, pero como todo viajero empedernido, respiró, contó hasta 23 y comenzó a disfrutar del momento, sin olvidar por un solo instante cada cosa que conversaron y cada estupidez que provocaba en su rostro pequeñas sonrisas. Así terminó la noche, compartió con los dueños de casa, mientras Cristian lo miraba de reojos y movía las cejas, haciendo directa relación a las tres horas de conversación con la pequeña adolescente.


Al despertar, ambos amigos con resaca y tendidos en una alfombra, se levantaron para volver a la tierra que los había visto partir, sin antes comprar pan batido para desayunar. Caminaron ya con un rumbo más definido, pero con aquel bichito extraño de haber dejado una historia inconclusa.


PARTE II

Dos años después de aquel viaje, Marco había cambiado radicalmente de rumbos, llevaba avanzados algunos ramos más en la universidad, tenía un amplio grupo de amigos, un trabajo pequeño, usaba una barba incipiente, se había vuelto un metropolitano que sabía sin mayor problemas tomar los microbuses amarillos y tenía un centímetro más de profundidad en el análisis de distintos temas; junto a todo esto, estaba terminando una relación con una estudiante de música, a quien veía muy pocas veces, pero estaba presente en cada conversación, pensamiento y canciones en su guitarra.

En ese contexto, despertó un sábado a las diez de la mañana, mientras Cristian y otros amigos le decía “Marco, nos vamos al puerto”; en ese momento sintió que su cabeza se partía y recordó parte de los pasajes ocurrido la noche anterior, donde compartió con hermanos de todo el país, los que estaba congregados en una casa discreta ubicada en el Santiago antiguo. Había bebido vodka, ron, pisco y un vino en caja, llamado con cariño “cartonere”. Recordó que estuvo junto al cristiano Hugo sobre una mesa haciendo bailes polinésicos y además, había llamado al cantante Flosita Motuda para conversar sobre lo humano y lo divino a las 5 de la mañana.

Cuando sus amigos se fueron a Valparaíso, Marco volvió a cerrar los ojos, luego de segundos, ya estaba dormido profundamente. En ese instante una voz suave la habló cerca del oído: “Marco, descansa un momento y luego nos vamos al puerto”. Sin saber el tiempo transcurrido, abrió los ojos, saltó de un brinco y se metió a la ducha, en cosa de minutos, ya iba junto a Olga rumbo al Metro.
Con rapidez se subieron a un bus y comenzaron los recuerdos de hace dos años, en silencio observaba cada parra de las viñas interminables del Valle de Casablanca, pensaba en su presente y sonreía cada vez que recordaba las locuras de la noche anterior. Mientras tanto Olga leía con los lentes casi en la punta de su nariz La Casa de los Espíritus de Isabel Allende.

Cuando el auxiliar del bus les preguntó si bajaban en el terminal, Olga preguntó: “¿sabes dónde es la famosa reunión?”, Marco con cara de sorprendido no supo responder y dijo: “Tengo una amiga que debe saber, préstame tu teléfono”. En ese momento su cara se iluminó, tenía un motivo para llamar a Sophía y luego de dos años, saber de ella.

Tomó el teléfono y con toda decisión llamó: “Aló Sophía, hablas con Marco, ¿te acuerdas de mí?”, en esas milésimas de segundos corrió algo helado por su espalda, con el temor de que no lo recordara, pero ella respondió con voz cálida “claro que te recuerdo, no acostumbro a hablar tres horas seguidas con un desconocido”, en ese momento le volvió el alma al cuerpo y comenzó una funcional conversación sobre la forma de llegar a la reunión donde ya se encontraban todos los amigos que salieron con prontitud de su departamento a las diez de la mañana.

Pasó el día y Marco intentaba terminar con su resaca tomando litros y litros de agua mineral, mientras miraba incesantemente hacia la puerta, pero Sophía no aparecía; transcurrían las horas y escuchaba discusión tras discusión, sus amigos se retiraron de la reunión y él como un zombie caminó hacia la puerta. Justo en ese momento vio llegar aquella niña crespa, con un chaquetón marrón de cotelé al más puro estilo de El Principito y con una morral artesanal atravesado, su pelo suelto con sus risos presos de la libertad del aire porteño.

A las diez de la noche Marco ya estaba recuperado, luego de comer unos exquisitos tallarines con salsa y haber tomado un consomé de pollo. En ese momento ocurrió lo esperado, se daba por terminada la reunión. Muchos se fueron, pero para la gran mayoría estaba comenzando la noche.

En ese momento Sophía se acercó y le preguntó: “¿Por qué saliste de la reunión justo cuando yo venía llegando?”, él no tenía muy claro los motivos debido a la resaca, pero intentó dar una respuesta coherente y le explicó que si no lo dejaba hablar, no tenía sentido estar en una reunión resolutiva, argumento que la ya no tan pequeña niña asintió con la cabeza.

En ese momento comenzó un largo caminar entre la subida Ecuador, el Playa y finalmente el Proa, un pub-discoteque-restaurant ubicado muy cerca del barrio puerto, donde al entrar, a cada asistentes les entregaron una botella de medio litro de cerveza, para de esta forma, comenzar con ánimo la jornada; Marco miraba hacia el techo y se imaginaba qué hacer en caso de un incendio, su infraestructura es la típica casa del puerto pero hecho bar, pasadizos estrechos, tres pisos de madera, redes y espadas en el techo y una mezcla heterogénea de visitantes, entre turistas, estudiantes y trabajadores del puerto.

Mientras tanto, Olga y Gabriela aleonaban a Marco a sacar a bailar a la pequeña, Sophía conversaba con todos sus amigos, mucho más desenvuelta que aquella fría noche cuando estaba amarrada y vedada; entremedio comenzaron a rondar los bien llamados “jotes”, pero ella seguía tan brillante y desenvuelta como hace dos años. Al terminar la jornada, comenzaron la caminata rumbo a los colectivos; la noche porteña tienen sus riesgos, pero en este caso, era un grupo de a lo menos treinta personas que caminaban por el medio de la calle, sintiéndose dueños del mundo.

En ese momento, Marco se acercó a Sophía, la abrazó y le dijo “abrázame para que no te de tanto frío”, una táctica milenaria casi tan usada, como estirarse en el cine. En ese momento ella lo miró directamente a los ojos y le dijo “si mi novio te viera, no estaría muy contento, ponte en mi lugar y en de él”. Para Marco fue como si le hubieran echado un cubo de hielo sobre la cabeza, no supo que hacer, creyó que todo lo que había sentido durante esas doce horas en el puerto habían sido sólo un mal sueño, pero aun así respondió “es para que no te de frío, tu novio no está aquí y tienes claro que no estás haciendo nada malo”, sin duda era una respuesta desesperada, pero altamente eficaz, pues Sophía decidió abrazarlo y caminar juntos hasta el terminal.


Ya eran las seis de la mañana y comenzaban a salir los omnibuses hacia la capital, Marco rogaba porque el tiempo transcurriera lo más lento posible, pero el sol no dudó en aparecer detrás de las casa montadas una sobre otras. A la hora de despedirse, hubo un abrazo apretado y un “nos hablamos”, y Marco subió junto a sus ebrios amigos al bus rumbo a la capital; esperó que Sophía se quedara a ver cómo se alejaba de andén, pero ella ajustó su morral, cerró su chaquetón marrón y se retiró de forma rápida.

PARTE III

Llovía en las penquistas tierras de la familia de Marco, él disfrutaba cada vez que los visitaba, los paisajes y sembradíos, las reuniones familiares y hasta las idas al supermercado; en un momento, viajaba junto a sus padres a una reunión política cuando sonó su teléfono celular, miró la pantalla y decía "Sophía llamando", inmediatamente comenzaron a sudar sus manos y contestó casi de forma nerviosa, era la primera llamada que recibía de esta universitaria y esperaba que tampoco fuera la última.

Contestó con voz ronca y pausada "aló, con quién tengo el gusto de hablar", aunque tenía guardado el número de Sophía, era una de sus forma de hacerse el interesante. La joven crespa además de preguntar por las cosas típicas de una conversación, hizo una consulta que a Marco lo dejó marcando ocupado, "cuando nos conocimos me dijiste que me vendrías a ver, pero cuándo vas a venir". En ese momento, Marco buscó su agenda y comenzó a ver fechas "este fin de semana no puedo, el otro tampoco, el que viene menos...mmmmm en definitiva, en un mes más". Sin duda parecía una respuesta disuasiva, por lo que Sophía le dijo "no es obligación que vengas, era sólo para saber", por lo cual el joven le contó semana por semana los viajes que tenía programado en su agenda, para que ella entendiera que no eran excusas, sino la realidad.

Fue así, como Sophía le dijo "en un mes más iré a ver Congreso", grupo musical de fines de los 80 y que marcaron el comienzo de la democracia chilena y que Marco conocía desde pequeño, por lo cual no perdió la ocasión y replicó con rapidez "me encanta Congreso! podríamos ir juntos...", en ese momento cambió el tenor de la conversación y la forma de relacionarse. Sophía con los días le explicó que asistiría con sus padres al recital, pero que ellos gustosos irían con Marco, lo invitó a quedarse a su casa, debido a la hora a la que terminaba el recital. En ese momento Marco le dijo "y qué dice tu novio de todo esto", Sophía le respondió "no está muy contento, pero si se enoja, es problema de él y no mio". Esa respuesta fue fundamental para el joven estudiante.

Con planificaciones y conversaciones paso el mes con absoluta rapidez, mientras Marco viajaba por el país, Sophía seguía su vida porteña, hasta que llegó el momento de reunirse en el tan entrañable puerto. Se juntaron en la pasarela Bellavista, ella llegó una hora atrasada, mientas Marco se preguntaba qué hacía en un lugar completamente ajeno a él. Al llegar, ella lo abrazó y le dijo que caminaran rápido al teatro, ya que estaban un tanto atrasado, corrieron y se encontraron con su familia. Marco esperaba encontrarse con unos padres similares a los de él, pero encontró a personas de alrededor de cuarenta años, con apariencia juvenil y por sobre todo, con un estilo hippie.

Entraron al teatro y la gente en éxtasis, mientras el padre de Sophía preguntaba "Hace mucho que te gusta Congreso", Marco respondió que desde niño, intentando que no se notara que desconocía gran parte de las canciones, las que se sabía las gritaba con toda resolución, demostrando que este viaje sólo había tenido un interés cultural. Al terminar el concierto, el padre de Sophía dijo "vamos a comer algo", y se dirigieron al conocido restaurante O'Higgins, momentos en los cuales Marco pensaba "y si hay que pagar algo, de dónde saco plata", pero cordialmente y entre bromas, a la hora de pagar, el padre de la joven crespa cubrió con los gastos y en ese momento Marco respiró con tranquilidad, pero a esas alturas, ya ni sabía lo que había comido.

Se subieron al vehículo y partieron rumbo a su hogar, los padres sentados adelante conversando de las típicas cotidianidad de los matrimonio consolidados y los dos jóvenes casi en silencio en el asiento de atrás, como si una cortina de hielo hubiera entre los dos. En el trayecto una mano comenzó de desplazarse lentamente sobre el asiento, hasta que tocó lentamente los dedos delicados y helados de la joven con risos definidos, para romper el hielo Marco tomó con firmeza la mano y le dijo "tienes las manos muy heladas, las tendré entre las mías para que se temperen un poco", otra táctica tan famosa como abrazar para "capear" el frío. En ese momento los dedos de ambos se movían lentamente, de una forma casi imperceptible, llevando una relación de distancia, redes sociales y un recital a algo un poco más complejo, pero sin más significado que la sumatoria de hechos que para Marco, no ratificaban nada.

Mientras tanto, el vehículo se detuvo frente a un portón y el padre de Sophía, dice "llegamos...", Marco baja raudamente para ver dónde iba a dormir y, en una de esas, tendría la opción de conversar un momento más con la joven dueña de casa, pero al abrir la puerta principal, descubre que el dormitorio de alojados era la sala de la casa, que había sido transformada para el huésped. En ese momento no vio otra alternativa que acostarse, cerrar los ojos y dormir lo antes posible, para viajar temprano a su querido Santiago y olvidar parte de la historia porteña".

Así llegó el otro día, con unas tostadas de pan batido y un jugo de naranja con zanahoria y luego el camino a tomar el bus de regreso, rememorando el panorama de la noche anterior e intentando buscar una nueva ocasión para volverse a ver, mientras el bus estacionado esperaba al joven viajante para comenzar en viaje. Se abrazaron más de tres veces, dándose besos en la mejilla. Marco de fue triste, porque por enésima vez se había hecho ilusiones dignas de un géminis, pero la capital lo reconfortaba, sólo esperaba llegar. 

  
PARTE IV


Era un sábado de abril, mientras Marco caminaba junto a su amiga Carmen por el barrio Yungay, exactamente por la calle Compañía, rumbo al parque de la Quinta Normal, donde se presentaría el grupo Chancho en Piedra y el pianista Roberto Bravo, conversaban sobre mil temas cuando sonó el teléfono de Marco. Contestó sin mirar quién era y al otro lado del auricular estaba la pequeña crespa "hola, soy Sophía", mientras sollozaba de forma incontrolable. Él le preguntó preocupado qué ocurría, a lo que ella le respondió "terminé con mi novio y tengo mucha pena". La cara de preocupación de Marco cambió por una sonrisa de oreja a oreja, mientras le aconsejaba "pero Sophía, por qué hiciste eso, no es bueno ir y venir en una relación, porque eso provoca mucho sufrimiento y desconfianza", y ella le respondió con toda resolución que no volvería con él.

Luego de conversar unos minutos, ella le pregunta al esperanzado joven "vendrás el fin de semana a Valparaíso", Marco no tenía idea de qué se trataba ese viaje pero respondió raudamente "claro, lo tenía planificado hace tiempo". Luego para Marco fueron los 5 días más largos de su vida, especialmente porque una de sus principales características era ser extremadamente ansioso. Así llegó el viernes ya entrando el Pullman bus al Terminal de Buses de Valparaíso y marco sólo con deseos de ver a aquella pequeña de puerto, pero tuvo que esperar hasta la noche.

Programó las dos mil cuatrocientas formas de intentar besarla, pero mientras bebían vino tirados en una inusual cama de mesa de centro, estaba todos sus amigos bromeando "viniste a puro ver a la Sophía...",Marco sólo sonreía y veía que su viaje cada vez sería más en vano. Así pasó la noche hasta que un grupo dijo "nos vamos", Marco se quedaría en el mismo departamento donde estaban, por lo cual, sólo dijo "quiero tomar aire, los voy a encaminar".

Comenzaron a caminar hacia el plan, Marco la abrazó sin mayor resistencia, pero seguía hablando y hablando estupidez tras estupidez, mientras Sophía sólo reía, demostrando que ya era una situación incómoda, los amigos ya iban a más de una cuadra de distancia, Marco repasaba aquellas dos mil cuatrocientas formas de besar a la pequeña crespa, pero ninguna calzaba, y pasaban los segundos. Cuando estaba terminando la cuadra por la orilla del Congreso, justo frente a la puerta del Senado, Marco simplemente la besó, sin mayor preámbulo, siguieron con los besos de forma intermitente mientras caminaban, hasta que llegaron a la esquina de Pedro Montt y acordaron juntarse al otro día en la pasarela Bellavista, justo en un lugar privilegiado para ver el mar.



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